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La batalla cultural de Adolfo Hitler

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Esta pintura de Marc Chagall lleva el título The Rabbi, (“El rabino”) y está inspirada en un breve cuento del escritor judío Itzjak Peretz, en el cual un rabino le vende su alma al diablo por un poquito de tabaco en polvo. Además de ser un hermoso retrato, aunque -claro-  eso es cuestión de gustos, su historia es particularmente interesante y dramática por otras razones. En 1928, la galería de arte de Mannheim, en Alemania, la compró a su autor. Pero en 1933, apenas llegaron al poder, los nazis impulsaron una profunda purga en museos y galerías para desprenderse del arte moderno, porque lo consideraban ajeno a la cultura alemana, judío y comunista. Como representante de la cultura judía, tanto por su contenido como por su autor, la pintura fue arrastrada por las calles de diferentes ciudades con un mensaje escrito que a muchos argentinos les sonará actual: “Contribuyente, usted debe saber en qué se gastaba su dinero”. Durante los años siguientes, los nazis organizaron muestras para exponer las obras que les repugnaban. The Rabbi fue exhibida en dos exposiciones de este tipo: “Imágenes del Bolchevismo Cultural” (1933) y “Arte Degenerado” (1937). 

Tuve la suerte de ver la pintura de Chagall hace algunas semanas. En el museo Picasso de París, se exhibía como parte de otra muestra que, como la de 1937, se llamaba “Arte Degenerado”. Era toda una curiosidad porque se trataba de una exhibición que rememoraba otra exhibición: la muestra de ahora intentaba recordar la manera en que los nazis intentaron purificar el arte alemán, exhibiendo como una perversión las obras de judíos, modernistas o comunistas, y persiguiendo a sus autores, especialmente si mezclaban varias de esas condiciones. Chagall, para eso era un blanco perfecto: judío, surrealista, librepensador. Ya había huido de Rusia años después de la revolución y tuvo que irse a los Estados Unidos tras el ascenso de Hitler. Entre las obras que fueron expuestas como pecaminosas en la exposición de Arte Degenerado en 1937, y sobrevivieron hasta la muestra actual, figura otra de sus pinturas: “Purim”, que referencia a una de las festividades más alegres del calendario judío.

En la inauguración de aquella primera muestra de “Arte Degenerado”, la organizada por los nazis, Hitler pronunció un discurso donde dejó muy en claro las intenciones del evento: “De ahora en adelante libraremos una guerra implacable de limpieza contra los últimos elementos de nuestra degradación cultural. Ahora, quiero asegurarles aquí, se levantan y eliminan todas las camarillas de cotilleos, aficionados y defraudadores del arte. Estos tartamudos prehistóricos de la edad de Piedra regresarán a las cuevas por nuestro bien”. En defensa de los nazis, hay que decir que la idea de purgar la cultura de obras degeneradas o comunistas obedece a una larga tradición que los precede y que, como está visto, continuó después de ellos. Hitler cargaba con una afrenta desde su juventud, porque había intentado ser pintor –algunos historiadores sostienen que tenía condiciones para eso—pero su solicitud para ingresar en la Escuela de Bellas Artes de Viena había sido rechazada una y otra vez.

En cualquier caso, algunos expertos sostienen que aquella exposición nutrida por obras de arte que para los nazis eran degeneradas fue una de las mejores de la historia, porque reunió trabajos excepcionales de los artistas más talentosos de la Europa de las primeras décadas del siglo veinte. Algunas de ellas, como las de Chagall, sobrevivieron y formaron parte de Arte Degenerado, la exposición que en París, en el 2025, recordaba la batalla cultural en la que Hitler fue derrotado muchos años antes. El catálogo de obras degeneradas y resilientes es realmente deslumbrante. Entre ellas hay trabajos de Kandinsky, Picasso, Van Gogh. A veces, las batallas culturales enceguecen a algunas personas. Por suerte, sus efectos son relativamente

Ernesto Tenembaum

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