En 1975, tras la renuncia de Richard Nixon a la presidencia de los Estados Unidos, The New York Times contrató como columnista político a William Safire. La decisión generó una profunda polémica entre los lectores porque Safire había sido uno de los dos encargados de redactar los discursos de Nixon, un presidente cuya gestión había sido repudiada por la mayoría liberal que leía el Times. Safire era socarrón, culto, provocador y parecía divertirse mucho con sus textos. Escribía dos columnas por semana: una de ellas en la influyente página de opinión, y la otra –que se titulaba On language—en la última página de la revista dominical. On language era toda una delicadeza: Safire analizaba allí algunas de las palabras que, por la razón que fuera, habían formado parte del debate público por esos días.
En 1996, Safire publicó en la sección de opinión una columna que se titulaba Congenital Liar (mentirosa congénita). Se refería a Hillary Clinton, la mujer del presidente Bill Clinton, investigada entonces por su supuesta participación en un escándalo financiero. Clinton no se la pudo aguantar y, por televisión, explicó que, de no haber sido presidente, le habría pegado a Safire una piña en la nariz (“a punch in the nose”). A los pocos días, en sus habituales conferencias de prensa, un periodista le preguntó a Clinton sobre la gresca. «Uno tiene sentimientos», contestó el Presidente. El mundillo político y periodístico, entonces, esperaba la siguiente columna de Safire. Pero el periodista decepcionó. Durante varias semanas escribió sobre otros asuntos. Cuando la espuma había bajado, un par de semanas después, recurrió a una sutileza. En su columna On language, Safire dedicó su pluma a cuatro palabras: punch, nose, congenital y liar (piña, nariz, congénita, mentirosa). Ni una referencia a los Clinton.
Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.
Siempre pensé que esa debería ser la reacción ideal de un periodista cuando es agredido desde el poder: ponerse por encima, utilizar la agresión como un insumo para describir a un Presidente, seguir trabajando en lo suyo, sin desviarse.
No siempre pude hacerlo.
Claro, como decía Clinton, “uno tiene sus sentimientos”.
